Cuantas veces pensamos en luchar por
la libertad, en perseguirla mientras volamos en sueños, en planear la
estrategia para que su conquista sea segura; cuantas veces nos agazapamos a la
espera, afilamos las garras que han de mantenerla atrapada, preparamos jaulas
que evitarán que volvamos a perderla, y escribimos leyes que le harán trabajar
para nosotros?
La libertad no está afuera, no se
puede atrapar, pues no tiene ser al tacto.
La libertad debe comenzar en lo básico,
en lo vital, en lo cierto.
El individuo (que es individuo porque
no se puede dividir sin ser destruido) es un animal, el menos preparado para la
vida en este mundo agreste, y si embargo forma parte de la especie que regularmente
se encuentra al final de la cadena alimenticia. Por lo tanto es fácil ver que a
pesar de tantas carencias, es capaz de sobrevivir, de adaptarse al entorno, e
incluso de adaptar el entorno a sus necesidades. Físicamente es extraordinario,
y mentalmente lo es aun más.
La mente del animal humano tiene unas
capacidades terriblemente enormes, tanto así que, apenas hemos comenzado a
descubrirlas.
El individuo perteneciente a esta
especie animal aprendió a descubrirse en los diferentes reflejos, a
reconocerse; a analizarse y entender que no hay otro igual.
Desafortunadamente, al mismo tiempo aprendió
a manipular, a regalar comodidades, a diseñar caminos de los que no podemos
escapar, so pena de ser devorados por el lobo. Aprendió el individuo a unirse
en sendos rebaños, a caminar espalda con espalda, a proteger su libertad con
paredes que en comparación a sus sueños, son más altas. Sacrificó la libertad a
cambio de seguridad.
Los estragos vienen como herencia a
nivel genético. El animal humano niega rotundamente su lado salvaje, se oculta
en cómodas cuevas que no hubo de conquistar, come presas que no tuvo que casar,
alivia sus viejas culpas comiendo hierbas que no tiene idea como habría que
cuidar. Así, el individuo integrante de esta masa, no sabe más de dónde viene,
no tiene idea de hacia dónde va; y por supuesto ignora quién o qué es.
El individuo a veces sueña con un
mundo mejor, y se pregunta quién habrá de indicarle la manera de lograrlo,
asiste así a templos, seminarios, pláticas informativas. Ahí aprende a pensar,
aprende a decir, aprende a sentir, también a vestir. Al final disfruta su evolución
y se considera ya no parte de un rebaño, pero si de una sociedad.
Y sigue (pero sin saberlo) con miedo
a la libertad.
La única llave, y que es herramienta
primordial, nació en nuestra mano, y más que una llave maestra, es un martillo
y un cincel, y sirven para derrumbar la “rodeante” protección. Echan por tierra
las plásticas esperanzas, y vuelven cascajo las palabras mustias que a veces
amenazaron y que muchas otras ocasiones humillaron.
La libertad es yo, tú, él/ella,
nosotros, ustedes, ellos. Siempre y cuando comprendamos que cuando un pecador
cae en el campo de batalla junto a un santo, los dos mirando bocarriba miran
por última vez el mismo cielo.
La libertad no ofrece comodidades, pero
ofrece la oportunidad de que cada uno sepa lo que en realidad es.
“Recordad que el secreto de la
felicidad está en la libertad, y el secreto de la libertar, en el coraje.”
Tucìdides