(Paréntesis)
Vivimos
en un estado democrático, en el que se obliga a brindar una
educación laica, regido por una constitución diseñada para
defender los derechos de todos los que de alguna manera desarrollamos
nuestras vidas en el territorio.
Pero la
santa democracia que aquí se practica, está totalmente olvidada de
sus orígenes, incluso de su etimología. Aquí el poderoso pueblo
sólo tiene derecho a elegir quien ostentará el poder, o sea, quién
a sus costillas vivirá; muy al contrario de quien es el que servirá.
Para su
comodidad, estos mismos elegidos se dieron a la tarea de organizarse
bien (porque a pesar de lo que dice el empoderado pueblo, acerca de
sus capacidades mentales; o sea que se la pasan pendejeándolos)
estos tuvieron la capacidad de armarse no sólo un equipo de trabajo
inmenso y muy bien pagado, tan armado que tiene la posibilidad de
albergar en si a izquierdas, centros, derechas, arribas, abajos, y
medias tintas; todo si perder siquiera un poquito de poder. Al
contrario, esta apertura le hace más brillante y poderoso a los ojos
del poderoso pero muy apachurrado pueblo... que si embargo ve inflada
su falsa autoestima al presumir que fue capaz de llevar a esos y esas
al poder.
Luego,
la chistosa laicidad. En la que sin dar muchas vueltas, vivmos al
borde del pecado. Ya por agarrarnos la entrepierna, ya por no votar;
y cuando no nos agarramos para pecar, debemos hacerlo para que no se
desquiten con nosotros los curas con su añejamiento genital. Y por
si eso fuera poco, cuando dichas zonas íntimas queremos aflojar, no
faltará el santo endemoniado que nos condenará, a veces por meter,
otras por dejar meter; y en caso de los embarazos no deseados,
también por intentar sacar.
Nos
señalan, descalifican, y se atreven a condenar. Usando su pésima
memoria, pues se han dado a olvidar la sangre, las riquezas, la
perversión que acumula su historia, y que hace cimiento de su
edificación. Y eso no es lo más grave, lo peor es que sus palabras
aún encuentran eco en oídos de aquellos que preocupados por su alma
aun golpean sus pechos “mea culpa”, en los templos erigidos a un
dios que entre sus primeros mandatos encargó no construir templos,
ni adorar ídolos.
Y todo
esto está reglamentado en nuestra constitución, esa que nos brindó
algunos artículos tan necesarios para pasar nuestras materias de
ciencias sociales y/o civismo, y que después de eso entendimos que
sólo debe ser leída, por aquellos que deben encargarse de
controlar nuestros cuerpos, nuestras mentes, el alma, y hasta nuestro
corazón.
Y así,
es cómo tomamos el retorno que nos llevará a volver a comenzar la
lectura, y ofendernos una y otra vez por la realidad que nos ha
tocado (sí, tocado) vivir, y a la que debemos apechugar, pues al
canto de “cada quién tiene lo que merece “ ó “cada pueblo
tiene el gobierno que merece” nos convencemos de que “Aquí nos
tocó vivir” y debemos defender la democracia heredada por los
santos héroes forjadores de esta gran nación