jueves, 25 de junio de 2015

Jaula con Elegantes Barrotes de Oro


(Paréntesis)

Vivimos en un estado democrático, en el que se obliga a brindar una educación laica, regido por una constitución diseñada para defender los derechos de todos los que de alguna manera desarrollamos nuestras vidas en el territorio.

Pero la santa democracia que aquí se practica, está totalmente olvidada de sus orígenes, incluso de su etimología. Aquí el poderoso pueblo sólo tiene derecho a elegir quien ostentará el poder, o sea, quién a sus costillas vivirá; muy al contrario de quien es el que servirá.
Para su comodidad, estos mismos elegidos se dieron a la tarea de organizarse bien (porque a pesar de lo que dice el empoderado pueblo, acerca de sus capacidades mentales; o sea que se la pasan pendejeándolos) estos tuvieron la capacidad de armarse no sólo un equipo de trabajo inmenso y muy bien pagado, tan armado que tiene la posibilidad de albergar en si a izquierdas, centros, derechas, arribas, abajos, y medias tintas; todo si perder siquiera un poquito de poder. Al contrario, esta apertura le hace más brillante y poderoso a los ojos del poderoso pero muy apachurrado pueblo... que si embargo ve inflada su falsa autoestima al presumir que fue capaz de llevar a esos y esas al poder.

Luego, la chistosa laicidad. En la que sin dar muchas vueltas, vivmos al borde del pecado. Ya por agarrarnos la entrepierna, ya por no votar; y cuando no nos agarramos para pecar, debemos hacerlo para que no se desquiten con nosotros los curas con su añejamiento genital. Y por si eso fuera poco, cuando dichas zonas íntimas queremos aflojar, no faltará el santo endemoniado que nos condenará, a veces por meter, otras por dejar meter; y en caso de los embarazos no deseados, también por intentar sacar.
Nos señalan, descalifican, y se atreven a condenar. Usando su pésima memoria, pues se han dado a olvidar la sangre, las riquezas, la perversión que acumula su historia, y que hace cimiento de su edificación. Y eso no es lo más grave, lo peor es que sus palabras aún encuentran eco en oídos de aquellos que preocupados por su alma aun golpean sus pechos “mea culpa”, en los templos erigidos a un dios que entre sus primeros mandatos encargó no construir templos, ni adorar ídolos.

Y todo esto está reglamentado en nuestra constitución, esa que nos brindó algunos artículos tan necesarios para pasar nuestras materias de ciencias sociales y/o civismo, y que después de eso entendimos que sólo debe ser leída, por aquellos que deben encargarse de controlar nuestros cuerpos, nuestras mentes, el alma, y hasta nuestro corazón.

Y así, es cómo tomamos el retorno que nos llevará a volver a comenzar la lectura, y ofendernos una y otra vez por la realidad que nos ha tocado (sí, tocado) vivir, y a la que debemos apechugar, pues al canto de “cada quién tiene lo que merece “ ó “cada pueblo tiene el gobierno que merece” nos convencemos de que “Aquí nos tocó vivir” y debemos defender la democracia heredada por los santos héroes forjadores de esta gran nación