La libertad ocasiona sentimientos
polarizados. Y no, nadie la odia, pero ciertamente muchos son los que dudan de
su existencia.
Qué es lo que ocasiona estos
sentimientos?
Haciendo un análisis natural de
nuestras experiencias será sencillo
descubrir las perspectivas que a través de dogmas y prejuicios son ancladas en
nuestro subconsciente; reglas, amenazas (encaminadas a controlar, pero no a
enseñar) inconscientes guías. Encargadas todas (y muy efectivas) de meter en el
molde común a las personalidades de individuos recién maquilados, aplicando la técnica
milenaria que facilitará su inserción en algún estrato de la masa, entregando
para esto un guion a seguir, y prometiendo como recompensa la comodidad y el
gusto de ser únicos; tan únicos cómo otros tantos únicos con los que podrán interactuar.
Haciendo este ejercicio se vuelve
obvio que hay dos tipos de libertad:
1.- La oficial: La cómoda, esa que
nos permite interactuar con el resto del grupo, tomando el espacio designado en
la escena, ya como derecho, ya como centrado, o posiblemente actuando el papel
de rebelde.
2.- La real: Es la que nos permite
plenitud. Para esta debemos enfrentarnos a nosotros mismos, conocernos y
comprendernos, hacer de nuestras limitaciones nuevas posibilidades,
arriesgarnos a ser entidades individuales con la facultad de interactuar con
otras mientras mantenemos intacta nuestra esencia.
“Desde niños jugamos a ser lo que
otros quisieran que fuéramos, luego jugamos a luchar por ser lo que queremos; después
descubrimos que simplemente somos, que la lucha era un juego…
Muchos envejecen siendo el orgullo de
sus mentores pues al fin vieron catalizados sus sueños en los educandos, los
educandos tan altivos ven crecer en su interior un frondoso árbol de frustración,
y a los pies de este están agusanados todos los sueños olvidados”
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