jueves, 9 de julio de 2015

Cuando niños, crecemos (la mayoría de las personas y las veces) de alguna manera protegidos, bien sabidos de un manto de seguridad que nos cubre, y la vida apacible parece fluir sin más sobresalto que el que nos dota de aprendizaje.
Luego, acontecimientos que pueden parecer a los adultos, nuevos y simples trámites, llegan para destruir un escenario ideal. Es entonces que comienza nuestro trabajo de arquitectura.
Las experiencias dolorosas nos enseñan en primer lugar lo frágil que es la ilusión, a veces la piel.
Poco a poco pretendemos endurecernos, fabricando un nuevo mundo que se adhiere a la piel como exoesqueleto que si acaso nos permitirá respirar, y hará que nuestra persona y sueños se adapten al espacio interior.
Para ser más que un caparazón, también tenemos la suficiente creatividad para inventarnos una máscara, que como principal tarea tendrá la defensa en cercanía, y la advertencia a la distancia. Y sí funcionará.

Pero la interacción de armados por paz o por descanso siempre tendrá una tregua, se bajarán garras, armas, y hasta se despojarán máscaras. Entonces se podrá tocar y dejar sentir la piel, se podrá reconocer a las personas, se vulnerará el breve pero inmenso espacio de confort.
Esta violación a fronteras y tantas reglas de seguridad traerá conflictos, reavivará miedos, fortalecerá mitos.
Algunos caerán y descubrirán que incluso el dolor bien vale la pena, otros definitivamente e encerrarán (pero jamás podrán olvidar lo que el tacto regala más allá), unos mantendrán semiabiertas las puertas, usarán a medias la máscara, pueden pasar buena parte de su vida comparando el mundo fuera y el interior; anhelando la libertad y siseando con enojo a quienes se quieran acercar.

Nadie sabrá que puede suceder en el siguiente movimiento, y habrá tantas posibilidades como personajes.
No faltará quien afloje un poco la armadura y hasta la adorne para poder avanzar, buscando el engaño e intentando la destrucción (lo que agravará muchos miedos) otros, se despojarán del armatoste mientras mantienen la máscara, así irán por el camino tratando de aprender sin descubrir que la máscara no sólo evita que se vea su rostro, sino que también evita que ellos vean la totalidad del entorno; muchos cerrarán con más energía su pequeña fortaleza y con horror descubrirán cuando el tiempo pase, que un olor a muerte les acompaña desde media vida. Y quienes se despojen de todo, se convertirán en los más vulnerables, serán tan ligeros que querrán volar, muchas veces caerán y se reencontrarán con el suelo y las heridas; pero tendrán la ligereza para volver a levantarse (estos son los menos, son los tontos, locos, estúpidos, SOÑADORES).
Entre todos harán que el mundo gire, o deje de girar. Unos serán motor, otros, simple ornato. De polvo de estrellas hechos, de polvo del suelo acabados.
Los sueños, como la energía; no se crean ni se destruyen, simplemente se transforman.

Somos herreros u orfebres de nuestro universo, somos base y cielo. De nadie depende.



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