Cuando
niños, crecemos (la mayoría de las personas y las veces) de alguna manera
protegidos, bien sabidos de un manto de seguridad que nos cubre, y la vida
apacible parece fluir sin más sobresalto que el que nos dota de aprendizaje.
Luego,
acontecimientos que pueden parecer a los adultos, nuevos y simples trámites,
llegan para destruir un escenario ideal. Es entonces que comienza nuestro
trabajo de arquitectura.
Las
experiencias dolorosas nos enseñan en primer lugar lo frágil que es la ilusión,
a veces la piel.
Poco a poco
pretendemos endurecernos, fabricando un nuevo mundo que se adhiere a la piel
como exoesqueleto que si acaso nos permitirá respirar, y hará que nuestra
persona y sueños se adapten al espacio interior.
Para ser más
que un caparazón, también tenemos la suficiente creatividad para inventarnos
una máscara, que como principal tarea tendrá la defensa en cercanía, y la advertencia
a la distancia. Y sí funcionará.
Pero la interacción
de armados por paz o por descanso siempre tendrá una tregua, se bajarán garras,
armas, y hasta se despojarán máscaras. Entonces se podrá tocar y dejar sentir
la piel, se podrá reconocer a las personas, se vulnerará el breve pero inmenso
espacio de confort.
Esta violación
a fronteras y tantas reglas de seguridad traerá conflictos, reavivará miedos, fortalecerá
mitos.
Algunos caerán
y descubrirán que incluso el dolor bien vale la pena, otros definitivamente e encerrarán
(pero jamás podrán olvidar lo que el tacto regala más allá), unos mantendrán semiabiertas
las puertas, usarán a medias la máscara, pueden pasar buena parte de su vida
comparando el mundo fuera y el interior; anhelando la libertad y siseando con
enojo a quienes se quieran acercar.
Nadie sabrá
que puede suceder en el siguiente movimiento, y habrá tantas posibilidades como
personajes.
No faltará
quien afloje un poco la armadura y hasta la adorne para poder avanzar, buscando
el engaño e intentando la destrucción (lo que agravará muchos miedos) otros, se
despojarán del armatoste mientras mantienen la máscara, así irán por el camino
tratando de aprender sin descubrir que la máscara no sólo evita que se vea su
rostro, sino que también evita que ellos vean la totalidad del entorno; muchos cerrarán
con más energía su pequeña fortaleza y con horror descubrirán cuando el tiempo
pase, que un olor a muerte les acompaña desde media vida. Y quienes se despojen
de todo, se convertirán en los más vulnerables, serán tan ligeros que querrán volar,
muchas veces caerán y se reencontrarán con el suelo y las heridas; pero tendrán
la ligereza para volver a levantarse (estos son los menos, son los tontos,
locos, estúpidos, SOÑADORES).
Entre todos
harán que el mundo gire, o deje de girar. Unos serán motor, otros, simple
ornato. De polvo de estrellas hechos, de polvo del suelo acabados.
Los sueños,
como la energía; no se crean ni se destruyen, simplemente se transforman.
Somos
herreros u orfebres de nuestro universo, somos base y cielo. De nadie depende.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario